Párpado presenta una conversación de Bernardino Atilano con Julio Moguel, a propósito de los 30 años de la insurrección zapatista (EZLN).
Bernardino Atilano (BA): Decimos de vez en cuando los argentinos que "20 años no es nada" en la vida de los seres humanos, como una metáfora para hablar de lo rápido que se pasa la vida; de la sorpresa de ver, de pronto, que el ayer más lejano en número de días puede convertirse simple y llanamente en arena que se cuela entre los dedos.
Podríamos decir, de igual manera, que “30 años no es nada” cuando nos referimos a los que se cumplieron el pasado 1 de enero de 2024, con el inicio de la insurrección zapatista en el estado de Chiapas, cuando alrededor de 5 mil indígenas iniciaron una toma armada de cinco municipios –entre ellos San Cristóbal de las Casas-- en un proceso que, se decía, era o se convertiría en toda una Revolución.
Tú, estimado Moguel, estuviste cerca de esos acontecimientos y luego fuiste asesor del EZLN en los denominados Diálogos de San Andrés Larráinzar, entre 1995 y 1996. ¿Qué nos puedes decir sobre esa historia que parece mágica e inverosímil? ¿Qué representaba entonces ese movimiento y cuáles pudieran considerarse como algunos de sus primeros logros, si los hubo?
Julio Moguel (JM): Gracias, estimado Bernardino. Gracias por esta conversación, que me hace pensar, en efecto, que 20 o 30 de este movimiento revolucionario que emergió de los territorios de Chiapas se desarrolló apenas ayer. El tiempo, en efecto, se nos va de las manos como arena.
No entro en detalles, pero ciertamente puede hablarse de unos 5 mil hombres (hombres y mujeres) armados movilizados los que el 31 de diciembre de 1993 se preparaban para la toma de cinco cabeceras municipales, entre ellas la de San Cristóbal de las Casas. Si hacemos las cuentas necesarias, estamos hablando de mucho más de 5 mil activos participantes en la guerra, pues en la retaguardia quedaron cientos de personas involucradas, en espera para el caso de que hubiera cualquier tipo de repliegue, para algún apoyo extraordinario, pero también para guardar o proteger los espacios de vida del conjunto de la población implicada en el proceso.
Ahora bien: hay que precisar que sí estaban armados, pero algunos sólo traían algún machete o fusiles y metralletas de madera, de utilería pudiera decirse, pues el avituallamiento militar –cualquiera lo puede imaginar-- era relativamente escaso. Lo que no quiere decir que se trataba de un suicidio, pues los 5 mil hombres y mujeres armados cumplían un papel mucho más significativo en su presencia como "pueblo organizado en armas" que en su eficacia como fuerza militar de ataque a los cuarteles o al conjunto de fuerzas armadas del gobierno.
B.A. ¿Jugaste algún papel en ese escenario de preparación de la guerra?
J.M. Ninguno. La insurrección zapatista me agarró de sorpresa. Me hice presente en San Cristóbal de las Casas en el curso de los primeros días de enero de 1994, tratando de ayudar en lo posible, sobre todo en el plano de la difusión o divulgación de los hechos, pues yo escribía entonces regularmente en el periódico La Jornada.
B.A. Pero, ¿qué significaba este movimiento? ¿Se trataba de una guerrilla que se fue convirtiendo poco a poco en un movimiento popular de las magnitudes señaladas?
J.M. La historia de que era una especie de guerrilla exitosa transfigurada en guerra popular tiene algo de cierto, pero creo que conviene precisar o matizar algunas cosas. La insurrección se desplegó con vastedad en el estado de Chiapas, y los focos de articulación tuvieron motores internos (locales) que pocos analistas han visto o resaltado en lo que valen. Hay que tomar en cuenta que en Chiapas varios núcleos campesinos o indígenas se venían armando con anterioridad –desde antes y/o durante el tiempo en el que el núcleo propiamente guerrillero (en el que participaba Marcos) llegó a la Selva-- para defenderse de los caciques y los terratenientes locales. La guerrilla propiamente dicha simplemente se articuló –en tierra fértil-- a esos núcleos populares que hicieron el milagro de la toma de las referidas cinco cabeceras municipales el 1 de enero de 1994.
B.A. Pero si no tenían la suficiente capacidad de fuego, propiamente militar, si no contaban con suficiente y un muy buen armamento para enfrentar al ejército mexicano, ¿no era de hecho una locura el propósito de la toma de cabeceras para, según lo dicho entonces, luego se "avanzaría hacia el Centro del país"?
J.M. El EZLN, a mi parecer, no se basó en la idea tradicional de "la correlación de fuerzas" en el plano militar, sino en el impacto que por minutos y días tendría nacional y mundialmente el alzamiento. Digamos que a su cálculo de correlación de fuerzas sumaron –y calcularon con suma precisión-- la velocidad de la luz: el peso de una comunicación mediática y de un acontecimiento que en unos cuantos minutos encontraría una recepción solidaria y de acompañamiento a lo largo y ancho de México y del mundo. Más aún, en el cálculo de una coyuntura en la que, justamente el 1 de enero del 94, se ponía en marcha el Tratado de Libre Comercio de México con Estados Unidos y Canadá, (el denominado Tratado de Libre Comercio de América del Norte). Contrastando así la idea de que con el TLCAN México entraría ya al círculo de "los países del primer mundo".
Se creó con ello la gran paradoja, que entonces pocos entendieron (y que después se hizo plenamente visible), de que se trataba de un levantamiento armado "para la paz", no para la guerra.
B.A. Pero ¿qué simbolizaban o qué era lo que pudiera ser tan relevante en el mundo moderno, siendo ésta en cualquiera de los casos, una insurrección local?
J.M. El EZLN descubrió en su momento que un levantamiento indígena como el que estaban fraguando no adquiría sus credenciales de universalidad con y por el simple hecho del cierre y apertura de época representado por "los 500 años" de resistencia y lucha contra el genocidio histórico iniciado en 1492 por el mal denominado "descubrimiento de América".
Este punto de llegada (de los 500 años) se había cumplido en 1992, y ya en ese momento se desarrollaban los preparativos del "asalto al cielo" de 1994.
El EZLN descubrió en esa fase que los indígenas en armas no representarían en su rebeldía sólo a los indígenas de América o del mundo, sino a todos los habitantes del planeta que "ya no eran nadie"; a "los sobrantes" (personas que no tenían cabida en el mercado laboral, y que estaban destinados a no tenerla nunca), a los "sin rostro". Por ello, sobre todo, el pasamontañas que todo miembro del EZLN utilizaba se convirtió no sólo en el encubrimiento de su identidad personal (por razones obvias de seguridad), sino en un símbolo que representaba al "universal" de los "sin rostro".
No casualmente fue en Europa donde el EZLN encontró un eco mayúsculo, más que en otros países de América Latina (recordemos que en esos tiempos se desarrollaban luchas de los "sin rostro" o de "los sobrantes" en países como Francia. Un buen testimonio de ello lo encontramos en la extraordinaria película La haine; y también en libros como El horror económico, de Viviane Forrester).
B.A. Quedan muchas preguntas por hacer y no pocas interrogantes que surgen en este diálogo. Pero para ir cerrando esta primera reflexión, te pregunto: ¿el EZLN era desde ese primer momento un cuerpo centralizado verticalmente por un mando único en que el subcomandante Marcos era el gran jefe o Tlatoani de la movilización?
J.M. De ninguna manera. El subcomandante Marcos era sin duda un elemento central y decisivo en el proceso mencionado, pero no había en ese momento menos de una veintena de "cabezas" con una influencia determinante. Podemos mencionar el caso de otro subcomandante, al que le llamaban Pedro, quien murió en un enfrentamiento durante esos primeros días de enero del 94, pero también hablar, en la plana mayor del EZLN, de grandes jefes como los comandantes Raúl y Juan, o el comandante David. Santís era el apellido de uno de los líderes más relevantes del momento, mismo que encabezó la marcha indígena que –con arcos y flechas, que portaban como símbolo-- se desarrolló en San Cristóbal de las Casas en 1992. Y cabe mencionar la importancia en el mando político-militar que tenían algunas mujeres, entre la que se encontraba, por ejemplo, la que en su momento fue muy conocida y reconocida en México y en el mundo: la comandante Ramona.
B.A. ¿Podrías hacer alguna reflexión final a lo que, por desgracia, dado el espacio, no puede ser una conversación más larga?
J.M. Creo que el EZLN tuvo o ha tenido una importancia mayúscula en la historia del México moderno. De tan forma que no deja de ser un referente vital para muchas de las acciones sociales y políticas que se asumen en movimientos y sectores sociales que sin duda quieren el cambio y, podría decirse, son o pueden ser revolucionarios. El EZLN marcó sin duda un antes y un después en la historia de las luchas sociales del México moderno, y en mucho de lo que hizo o ha venido haciendo a lo largo de su historia aún hay mucho que aprender.
No creo pertinente en un espacio como éste tratar de hacer un balance en torno al EZLN en la actualidad, pues la situación nacional ha cambiado mucho desde aquellos días en los que, al menos entre 1994 y el 2000, los zapatistas tuvieron sus fechas o momentos de mayor influencia, éxitos y logros. Así es que dejemos la conversación en el punto del “alumbramiento”: es decir, en el momento en el que miles de indígenas decidieron tomar el cielo por asalto, entre 1994, primero, y luego, en San Andrés Larráinzar, entre 1995 y 1996.
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