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Foto del escritorAdrián Díaz Jiménez

Los cuervos han enloquecido



En la copa de un árbol, dos cuervos se vislumbran entre las sombras de la noche y la luz de la luna cayendo sobre sus cuerpos. Ambos se miran con ojos de buitre; uno de ellos picotea un corazón de ardilla, el otro está terminando de llevar una tripa de ardilla al interior de su pico para por fin tragarla. No se dicen nada. Su mente está ocupada en degustar el sabor a sangre fresca escurriendo por sus lenguas. Al terminar el viento agita las hojas con frutos de cristal y hojas de oro.

Se miran como si estuvieran detrás de un grueso muro de cristal. Ajenos a sí mismos, carentes de articular un sonido que les brinde un segundo de expresión. Primero uno y luego el otro; todo comienza como comienza todo. El cuervo que devoraba el corazón de la ardilla encajo su pico en su compañero de rama. Sin decir nada, sin un previo aviso de su acto impune, le arranca una pluma.

El otro, incierto, ataca por instinto. Sus ojos son sus palabras: se muerden, se mastican. Las plumas negras se confunden con la noche y apenas se distinguen por la sangre recién nacida de sus cuerpos.

La furia enciende sus rostros. Los picos son espadas de marfil. Se buscan el daño. Lo importante no es ayudar sino destruir al otro. Y ya hartos cansados, con el pellejo desnudo, con cicatrices y rayas de sangre, caen golpeándose la cabeza como una pelota de ping-ball. Los dos cuervos con la lengua de fuera y temblores espontáneos en sus patas.

Por fin uno abre el pico; el que devoraba el corazón de la ardilla, quiere articular un pensamiento, una idea y todo lo abandona, las luces del cielo se le hacen borrosas como cámara análoga. Los fonemas no aparecen. Se pierden dentro de él.

La luna camina quedito sobre las copas de los árboles. Se sonríe al mirar a los dos cuervos retorcerse en la hierba. Con más valentía, el pico del cuervo que devoraba un corazón de ardilla se abre decidido. Las hormigas hacen su trabajo. Invaden el interior del pico, en marcha sólida, concreta, con paso militar se adentran al cuerpo del cuervo, que ya siente las patas en su garganta, el cosquilleo ausente. Y sus ojos sólo ven a las hormigas extrayendo sus vísceras, sus intestinos. Pedazo por pedazo, pluma por pluma, los cuervos han enloquecido.


Adrián Díaz Jiménez




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