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Foto del escritorEmilio Toledo M.

Los hechizos veraces: redentores, ungüentos y drags


1: Redentores


“‘Desde esta tribuna le decimos a nuestro querido presidente: presidente Andrés Manuel López Obrador, 'Peje', 'Cabecita de algodón', Obrador, 'AMLO', Abuelito, gran hombre, 'presi', amigo del pueblo, te amamos desaforadamente y hasta siempre presidente’, finalizó con la voz entrecortada Erika Vanessa Del Castillo (diputada de Morena)”, en el parlamento. (Telediario, 21/08/24)


¿En qué teoría de Freud se logran comprender tales sentimientos tan complejos y desaforados? Las proyecciones en el redentor que se va, ¿es como cuando en el matrimonio la pareja se va de viaje por un tiempo largo, y no se sabe si volverá a ser todo igual? ¿O es una reminiscencia de la infancia, cuando el padre se fue para no regresar? Aunque, en este caso, con sentimientos mucho más trascendentes y absolutos: en la infancia de la patria, en que los progenitores no sólo han dado a luz a una administración pública sino a una nueva época que, de paso, borró las anteriores, uno sólo piensa en el pueblo y para el pueblo, y derramar unas lágrimas no debe confundirse con una transacción melodramática por la permanencia en una curul o con la domesticación al partido que hasta emociones desenfrenadas registra en su lista del empleado del mes. 

No, no se caería tan bajo: eso es para los otros, los conservadores y los escépticos, los que no pueden acceder a tal misticismo patriótico. Es algo que uno lo siente, y se deja llevar, como si fuera una canción de José José y uno la cantara así como se debe, pero en este caso: "Qué triste fue decirnos adiós cuando estabas a punto de cambiar las reglas del poder judicial y eliminar al INAI". 

Y cuando despertó, el dinosaurio no sólo seguía ahí sino que se había convertido en un cocodrilo que de veras lloraba: a fuerza de creer en la propaganda, la cuatro-te (ese apotegma de la historia escrita en breve, para qué dejar pasar el tiempo) hacía veraces sus hechizos. Y si alguien no tenía la fe, ahí estaba la congresista para dar testimonio. 


2: Ungüentos


“‘Todo lo que gano me lo trago, me lo unto y me lo visto como me da mi chingada gana’, dijo la directora de la Conade, Ana Gabriela Guevara, ante las críticas tras ser fotografiada viajando en clase business a su regreso de París”, además de ser señalada de recortar becas y torpedear carreras a deportistas. (Proceso, 14/08/24)


Si la congresista de la cuatro-te demuestra el lado espiritual de la Causa, la directora de la Conade invoca la parte material pero no menos luminosa. Al fin y al cabo, si uno es militante de la Causa, y defiende la Causa, y trabaja para ella, ¿por qué no la Causa debería ampararle, y vestirle, y untarle, y darle de cenar en un buen restaurante parisino, y proporcionarle comodidad en su vuelo? 

La cuatro-te precisamente alude a una gran -pero gran- transformación, como las que se hacían antes: si Hidalgo y Morelos la hicieron a caballo, y Zapata y Pancho Villa y Obregón a caballo y tren, ¿por qué no debería hacerse ahora en clase business viajando a Europa gratis? Bueno, con dinero del erario, pero el erario estaba ahí para algo; por ejemplo, para satisfacer las necesidades de la Causa, y la Causa se encarnaba en sus representantes y en su “chingada” gana (entiéndase como una gana superior).

Las cinco medallas que obtuvo México no pudo ser por el mérito deportivo de los atletas que contra viento y marea y administración de la cuatro-te que los saboteaba o no les daba los recursos ni la infraestructura… el mérito tenía que ser de la directora de la Conade, o del presidente, o de los vientos que lo transformaban todo, porque la Causa de la cuatro-te era como el Rey Midas: todo lo convertía si no en oro al menos en Historia o ungüentos o cremas o vestidos bonitos o comida no para saborear sino para tragar y a la chingada con los envidiosos. 

Todos los que estuvieran debajo del presidente, o de la directora de la Conade, o de los militantes de la Causa (bastaba con adorarla: fueras ciudadano de a pie o algo más que eso, la Causa te arrojaba un soplo de su viento sacro que te revitalizaba el ánimo) vivían como trasnochados, como estar fuera del tiempo. Antes de la cuatro-te no había nada; ¿y después? ¡menos! Así quedó establecido por los historiadores de la Causa… y fin. 


3: Drags


“Quiero mandar desde aquí un saludo muy cordial a todos aquellos que participaron, los que salieron en la escena y se prestaron para esta broma chusca, los que la aceptaron como el Consejo del Comité Olímpico, el Presidente de la República de Francia que lo aceptó, y todos aquellos que participaron y que lo aceptaron, les quiero mandar un atento saludo desde aquí, por mí, no por la comunidad, por mí, personalmente, pueden ir a chingar a su repútima… bomba madre.”: Sacerdote de Jiquilpan, Michoacán, en alusión a la Inauguración de las Olimpiadas. (Infobae, 30/07/24)


El sacerdote (en ninguna nota periodística aparece su nombre) envió este mensaje, al final de su misa. Al concluir, dejó el micrófono, exasperado, se dio la vuelta y se marchó, ante los asistentes que le aplaudieron. La inauguración de las Olimpiadas de París 2024 fue extensa en tiempo y espacio (por primera vez en la historia sucedieron fuera de un Estadio; en el Río Sena), y se abordaron numerosos episodios escénicos, desde Lady Gaga que homenajeó a la artista francesa Zizi Jeanmaire, entre bailarines y abanicos de plumas rosadas, hasta rock francés, acrobacia, y las secuencias propias de un espectáculo que repasó con mucho brillo los símbolos de la cultura francesa, del deporte, la moda, los museos y el arte. 

Una escena llamó la atención del sacerdote de Jiquilpan, pero no sólo a él: una fiesta de drags que se interpretó como una referencia a la Última Cena, pero que en realidad era referencia a “El festín de los dioses”, una obra del siglo XVII de Jan Harmensz, que se conserva en un museo francés, y que alude no al cristianismo sino al dios griego Dionisio y su constelación.

“Nunca encontrarán por mi parte ningún deseo de burlarme, de denigrar nada. Quise hacer una ceremonia que reparara, que reconciliara. También que reafirmara los valores de nuestra República”, declaró a la cadena de televisión BFMTV el director artístico del evento, Thomas Jolly.

Como sea, las reacciones ya se habían dado. La Iglesia Católica francesa consideró que “incluía escenas de escarnio y burla del cristianismo” y que fue “un insulto gratuito”, en palabras del arzobispo Charles Scicluna. Representantes de esa y otras religiones, como la institución islámica Al Azha de Egipto, condenó “las escenas de falta de respeto a Cristo” por considerar que constituyen “un acto de extremismo y barbarie temeraria”. Al Azhar rechazó “todo intento de faltar al respeto a cualquiera de los profetas de Dios”. 

Volviendo al “saludo muy cordial” del sacerdote mexicano, y su alta diplomacia que le envió sin intermediarios al presidente de Francia, y a este y a aquel, ¿cómo se traduciría al francés? Porque léase que en medio del desahogo, el sacerdote reculó, como quien a la vez que suelta improperios se da cuenta que quizás se le pasó la mano, dejando para los titulares una nueva expresión: “sureputimabomba” madre. Si de por sí las mentadas mexicanas son intraducibles, la expresión inaugurada por el sacerdote se prestaría a confusión en la diplomacia institucional entre Iglesia, Estado francés, Comité Olímpico y artistas, y si el deseo del clérigo era que el saludo llegara a quien lo dirigió (fue muy explícito en esto), ¿cómo haría el traductor para expresarlo en verdadero buen francés?

Sólo siete sílabas, como un haikú o un trabalenguas, pero que, en suma, con todos aquellos que se sintieron agraviados por una escena artística, representó la molestia ante la “broma chusca” o el “acto de extremismo y barbarie temeraria” de representar a Cristo y sus apóstoles con drags, aunque en realidad se tratara de una fiesta de los dioses griegos, anteriores al dios del sacerdote que se quedó esperando una respuesta, pues si el traductor logró encontrar las palabras adecuadas para traducir aquello, ya para entonces las aguas del Río Sena estaban a otra cosa y ni los dioses del Olimpo se sintieron atribulados.


Emilio Toledo M.





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