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Foto del escritorMaría Zumaya

Líneas negras

De la cara oscura del sol se desprende un hilo fino color negro que se zambulle en su luz. El hilo comienza a tensarse, hasta que se rompe y una parte se transforma en una línea que da vueltas y giros sobre su eje; cansada, la línea suspira, no hay otras como ella alrededor y llora. Por cada lágrima cae un capullo de oscuridad y en el viento la brisa los abraza. Las ráfagas de viento le ayudan a emerger de su cárcel. Lentamente de cada capullo sale sigilosa una nueva línea negra, luego otra y otra, todas danzan, se buscan unas a otras, chocan, tiran una de la otra, se enojan y dan inicio a un juego donde se vuelven paralelas, otras juegan a curvarse y asustan a las horizontales.

Las líneas verticales esperan silenciosas al hilo negro que cojea de tanto caminar en soledad, sin embargo, al verse acompañado, suelta lo taciturno de su color y le roba un rayo al sol, baja a la tierra y en su caída jala a todas las líneas y curvas; extiende el rayo y este se transforma en una suave hoja de color amarillo. Las líneas verticales abrazan al hilo negro; es tanta su fuerza que estallan todas y se rompen tomando diferentes formas, ahora un círculo, luego un cuadrado, y es tan profunda la oscuridad en cada línea que juguetean entre ellas, se doblan en ángulos y crean sombras: cada línea se une a otra, las guía la mano del destino o de algún dios.

Descubren que son más fuertes que el metal y el hueso, comienzan a trazar cada músculo del ser humano que llevan observando más de siete días, han descubierto la simetría de sus movimientos, y los plasman en los ejes que construyen sobre la hoja dorada, cuando la pareja que habita el paraíso extiende brazos y piernas, mientras las sombras sugieren con sutileza las facciones del rostro, del cabello y de los genitales de estos seres sin pecado.

Los trazos conocen el pasado porque vienen de las estrellas y dan a la creación perfecta el punto de equilibro, entre la profundidad de sus carnes y el volumen de los músculos, que son regados por una línea negra que encontró en el interior de la médula ósea las vueltas y recovecos para seguir existiendo en la oscuridad del alma, más profunda que cualquier noche.

Una línea negra que late dentro de un hilo negro basta para que el hombre se alce como el polvo de estrellas, que navega por el tiempo a través de los latidos de sus descendientes, a quienes alumbra el papel robado al sol.


María de Jesús Bustos Zumaya


Imagen: Zuera

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