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Foto del escritorEmilio Toledo M.

Notas en torno a “La orilla de los mares”



Fotografía: Edouard Boubat

Texto: Emilio Toledo


Discurso íntegro que escribí y leí en el Centro Cultural Clavijero (Morelia) y en el Centro de Cultura Casa Lamm (Ciudad de México) en la presentación de mi libro "La orilla de los mares".

El soporte digital es ya inevitable pero lo presencial siempre será mucho mejor. Me da la oportunidad de interactuar con otros artistas, creadores y con el público. Estoy enfocado en continuar con estas presentaciones de libro, además de seguir gestionando nuevas exposiciones de mis obras en fotografía y arte visual y llevar a la pantalla grande los proyectos fílmicos que estoy produciendo y dirigiendo.


Notas en torno a “La orilla de los mares”


Quiero hacer una reflexión para empezar: que un libro, más que un libro, es una comunidad. Una extraña comunidad que se establece entre sus lectores, y se conozcan o no se conozcan, se comunican entre sí y con el autor del libro y con los personajes del libro. Una comunidad entre el mundo real y el ficticio. Lo mismo pasa con las películas, las canciones, las pinturas. Todo lo que es cultura tiene un propósito, el de crear comunidades. Aunque no se lo proponga, es así. Pues, esta idea la tomé de Iñárritu, un hombre solo en una isla no escribiría un libro, ni haría una película, ni una canción o pintura. Sólo lo haría si existiera la posibilidad de que alguien, en algún momento, lo leyera, o viera su película, o escuchara su canción, o viera su pintura. Esto no significa que uno se vuelva complaciente y escriba para los demás. No, yo escribo y creo para mí mismo, esto es una idea compatible con otra: pero a cambio de la posibilidad de compartir ese proceso creativo. Necesitamos del otro para completar el círculo. Si no existiera la posibilidad de la otredad, si no existiera la posibilidad de la comunidad, cual sea esta, yo no crearía. Esto es así al menos en mi caso.

Estos 14 cuentos que escribí los comparto porque han implicado una labor de narrador que considero uno de mis dos oficios esenciales. El otro es el de crear imágenes. Yo tengo el trabajo de un soñador: todos, en la noche, al dormir, soñamos imágenes e historias. Pues yo, cuando despierto, sigo haciendo eso pero conscientemente y aparte intento ganarme la vida a partir de ello. Llevo años haciéndolo y tengo la sensación de que nací para eso sinceramente porque ya probé otras cosas y no sirvo para nada más. Es lo único que más o menos me sale. Desde niño, escribía historias. O hacía obras de teatro. O inventaba mil cosas, con personajes y tramas. De niño podía pasar horas en soledad jugando e imaginando toda clase de narraciones. Imaginar historias es el hilo que une toda mi vida. Y este libro es especial porque dejé historias que tienen mucho de mí al momento que las escribía. Y, como he dicho en otro lado, son el germen de los dos largometrajes de cine que escribí después, Niebla y Amor imposible, y de lo que pueda escribir en adelante. Tienen mucho, pues, de mi oficio de narrador en que he intentado desarrollarme; oficio que, como sabe cualquier narrador, implica mucha carpintería y orfebrería… pero no menos, creo, que los sueños que tenemos de noche.

Me he tomado muy en serio este tema de los sueños. Incluso he escrito una pesadilla, “Una noche de invierno” es literal la trama de una pesadilla que tuve. Luego le agregué detalles e inventé algunas cosas, pero esencialmente no lo escribí yo, es decir, sí fui yo pero inconscientemente. Mi trabajo sólo fue recordar lo que soñé, en realidad. Y pulirlo hasta que fuera lo suficientemente verosímil para que pareciera un cuento. En “Cementerio desnudo” agregué muchas notas que en ese entonces tenía en una libreta. En esa libreta apuntaba cada mañana todo lo que recordaba de mis sueños. Esa libreta tuve que tirarla a la basura y arrancarle todas las hojas y romperlas porque tiempo después de escribir me di cuenta que revelaba todos mis complejos. Claro que había de todo, pero nuestro inconsciente sabe más que nadie de nuestros temores, deseos, y pensamientos más extraños. Pues dejé buena parte de ello en “Cementerio desnudo”, sin cambiarle una coma, pero claro que no les diré en dónde.

La ficción siempre me ha protegido. Hay varios cuentos en este libro que son más un divertimento, un ejercicio de literatura, pero incluso en ellos intento filtrar algo mío, más personal. Y hay otros que son demasiado personales, o que tienen pasajes tomados escrupulosamente de mi biografía. Sólo que me he vuelto ágil para inventar también. O para tomar detalles de anécdotas o cosas que sé de otras personas o de cosas que he leído. Y mezclo todo en una historia que tenga sentido. Y al mismo tiempo que me expongo, y me siento desnudo, me cubro con un manto donde nadie podría saber qué es verdad y qué no. En realidad, no importa. Porque en el momento en que el texto sea leído por otro, por esa otredad, ya no será mío. Y cada interpretación es válida. No creo que haya una interpretación más válida que otra. Todas lo son, parejo. Yo tengo la mía, pero los personajes que he inventado me han sobrepasado desde el momento en que escribí. Y más ahora que se ha publicado este libro.

Siempre he tenido la sensación de que mis personajes han sido libres y yo sólo los he descubierto y les he intentado seguir la pista. Y he registrado un pasaje de su vida y después cada quien se ha ido por su propio camino. ¿Quién sabe? Quizás un día me encuentre a alguno y nos sentemos a tomar un café.

Si me preguntaran con quién me gustaría sentarme a tomar un café de los personajes de este libro, la respuesta no sería fácil. Hay personajes muy fantasiosos: está un fauno, y un mago que hace cosas muy extrañas, y Cuahutémoc Quetzalcóatl, que sin duda es de mi cuento favorito: este personaje puede emborracharse y también volar (el cuento nace de una referencia de una mitología náhuatl). Y luego están mis personajes puramente humanos: pero cada historia es muy diferente, casi no tiene nada que ver uno con otro.

Sé que algunos de mis personajes buscan algo que perdieron, sé que algunos lloran. Pero todos, incluso los que parece que nadie daría nada por ellos, todos tienen algo que decir. Aunque sea con su silencio, como el personaje que da vida al cuento “La orilla de los mares”, cuyo título es el título del libro, y que como los personajes de la artista visual Geraldine Guillén, nadie sabe quién es, si es hombre o mujer, humano o no, y qué busca o qué trata de decir. Es un cuento que escribí en una playa de Nayarit, la misma playa a la que después llegan Santiago y Máximo, los personajes de “Cementerio desnudo”. En mi vida, ficción y realidad siempre se mezclan. Y me pasa muy seguido. Incluso hay cosas que escribo que luego me ocurren en la realidad. Por ejemplo, a la protagonista de Amor imposible, un guión de cine que escribí, le tuve que cambiar el nombre porque es el nombre de mi exnovia, a quien conocí después de escribirlo. Y literal, la historia que escribí y luego viví son demasiado parecidas, lo cual hacía muy raro mantener el nombre de mi exnovia en la película.

En suma, creo que tomaría el café con todos ellos. Tal vez con algunos me tomaría mejor una cerveza o un tequila. Pero por todos tengo un sentimiento muy cercano, de aprecio (aunque seamos muy diferentes o no comparta sus decisiones). Pero para elegir a uno y no ser políticamente correcto y querer quedar bien con todos, elegiría a Lica. Lica, del cuento “Los vagabundos”, es un personaje muy misterioso pero a la vez muy terrenal. Es una mujer muy honesta que no deja a mi personaje, que es el narrador, andarse por las ramas. Siempre lo baja a la tierra y lo obliga a ser honesto, a decir la verdad y no andar alardeando. Evidentemente mi personaje se enamora de ella, aunque no lo sabe, porque mis personajes suelen estar confundidos o ser muy erráticos. Pero al menos sabe, y yo lo sé también, que Lica es la que le da una razón de vivir. Una razón de esforzarse. Una razón de escribir, o imaginar, o crear algo. No importa lo que hagamos mientras lo hagamos. Lica es el llamado de la vida para que, entre los planes que hacemos, o las distracciones que tenemos, no nos olvidemos de vivir.


Muchas gracias.


Emilio



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