Rumor
- Sylvia Zárate
- 12 mar
- 3 Min. de lectura

El auto deportivo rodaba por la ciudad, en él iban una pareja de jóvenes novios, Octavio y Melania. Era domingo y disponían de la tarde noche para ir al cine. Pasaban una de esas películas que hay por cientos. Llegaron a tiempo para comprar los boletos. Octavio abrazó a su novia y la condujo al interior de la sala en penumbras. Había únicamente dos áreas de butacas, las separaba un estrecho y largo pasillo.
Era de esos cines a la antigua, con proyector viejo y una pequeña dulcería donde se vendía la bebida oscura de siempre, dulces y palomitas. Octavio le preguntó a Melania si gustaba de comer alguna golosina, ella le respondió que no, porque al comer se hace ruido y molesta a los cinéfilos. “Yo sí compraré palomitas”, dijo Octavio, y se fue a la dulcería.
El ambiente adentro era de mucha charla, y alguna pareja se besaba esperando se apagaran las luces para dar rienda suelta a la líbido. Por el pasillo central venía Octavio con una bolsa grande de palomitas de maíz y una bebida; se abrió paso entre la gente que estaba ya sentada en su fila y se dejó caer en el asiento. Comenzó a meter la mano en el envase una y otra vez sin invitar a Melania que, por prudencia, no le decía nada al novio acerca del ruido que hacía cada vez que metía los dedos al maíz y llevarlos a la boca… Ella ya sabía en qué acababa ese ritual: Octavio, al terminar, soplaba un poco dentro de la bolsa y la tronaba, para después reírse ahogadamente.
A los pocos minutos se encendió la pantalla. Pasaban toda clase de anuncios, cortos de otras películas y, finalmente, la ansiada cinta. A Melania le resultaba tedioso el film, no así a su pareja que disfrutaba de ver a soldaditos con rifles matando a todo lo que se movía. Habían pasado unos 50 minutos de proyección, cuando en la sala se empezó a oír un murmullo. Los oídos de la joven prestaron atención, no dijo nada, solo volteó a mirar a Octavio que embelesado no parecía haberse percatado del rumor. Así pasaron otros minutos y el rumor seguía creciendo en las filas y en los decibeles. Al fin el joven dijo: “Qué pasa, qué dicen, no alcanzo a distinguir.” Melania le respondió: “No lo sé, pero algo sucede. Escucha, ya no son rumores, son voces altas, y van corriendo como río de butaca en butaca.” Octavio miraba a la gente con temor, los dos no se movían, luego preguntó al señor de la fila de adelante qué pasaba, y le contestó: “Lo ignoro. Pero veo que la gente tiene pánico en sus ojos”. Al acabar de decir esto, los que estaban en la fila de hasta abajo, comenzaron a pararse de las butacas y primero caminaron aprisa, después a media sala, donde estaban Octavio y Melania, y echaron a correr despavoridos. Y así las de en medio y hasta atrás hicieron lo mismo. Se oyeron gritos, maldiciones, y algunos saltaban los asientos como si fueran obstáculos de carrera de atletismo. Sus ojos desorbitados solo miraban un objetivo: la puerta de entrada, que no era muy grande. Octavio, al sentir el terror, le gritó a Melania:
— Vámonos.
— No. Porque moriríamos aplastados por la muchedumbre que va corriendo aterrorizada.
En eso se encendieron las luces y se dejó de proyectar la película. Melania más tranquila y con control sobre sí misma, le dijo:
— Ve hacia el muro del pasillo y pégate a él. Ahí nos quedaremos.
— Pero, ¿cómo? Si todo el mundo corre, ¿nosotros no?
— Que no ves su espanto, es colectivo, es psicosis —gritó Melania—. No veo nada, no veo ninguna amenaza, nada se derrumba, nada se quema… Los balazos de la película no salen de la pantalla, solo parecen borregos yendo todos a un desfiladero. No me muevo de aquí hasta que toda esa gente haya alcanzado la calle.
A pesar del pánico, Octavio obedeció a su novia y se quedó inmóvil, adosado a la pared. Pasados unos quince minutos, la gente que no había corrido hacia la puerta se preguntaba qué era el motivo de la estampida. Nadie sabía responder. Solo olían el terror inventado y alimentado por ellos. Al ver que sus vidas no estaban amenazadas, las personas retornaron poco a poco a sus lugares y se reanudó la proyección.
Sylvia Zárate
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