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Un día en la vida de Horacio Valtierra

  • Foto del escritor: Julio Moguel
    Julio Moguel
  • hace 14 horas
  • 2 Min. de lectura


Ese día, ya envuelto en las sombras vespertinas de una habitación cuyas cortinas macizas impedían la entrada de las luces felinas de un Sol que no sabía rendirse fácilmente en las mudanzas, Horacio Valtierra descubrió sin aviso de ninguna especie el sentido pleno de sentirse en casa.

    ¿Sentirse en casa? No lo pensó en el sentido común del hacer o del quehacer cotidiano del repliegue necesario para descansar las acostumbradas horas de la noche en las que el cuerpo se repone para reandar y caminar los días.

    El sentirse en casa fue desde ese instante, para Horacio, la forma de pensar y de sentir otra manera de habitar la vida y tiempo de lo propio. En una intimidad a piel que ya no respondía a ningún acuerdo o pacto de formalidad escriturada bajo el formato de reglas a cumplir frente a un Dios soberbio y sigiloso.

    En adelante mandaría sólo el latir de los saberes y el sentir de los afectos. El alma en sus adentros.

    Los ruidos de la calle se volvieron susurros inocentes y los miedos propios de este mundo perdieron su pase de visita. En esa dulce y repentina visión de que algo nuevo aparecía, Horacio Valtierra sonrió frente al espejo sólo para saber y constatar que todo estaba en orden y lo que en ese momento descubría era una verdad de carne y hueso.

    Y mantuvo esa sonrisa en su ser interior, cómplice fiel de tantos vientos, extendiendo su mano culebreante hacia la mano blanca y suave de su amada.

    Pensó Horacio que toda esa vivencia del momento sería a partir de entonces su secreto. Pero no hizo más que ver los ojos de su amada Dorotea Cifuentes para darse cuenta, en su mirada, que no habría mucho que explicar sobre el milagro. Un solo gesto de ella bastó para saber que, en cuerpo y alma, ya ella lo sabía.

    Hicieron entonces el amor como si ambos cuerpos entrelazarsn su alma. Cuerpo a cuerpo, en libre y decidida entrega. Acaso como adolescentes que encuentran por primera vez la verdad del Ser y de lo eterno.


Julio Moguel

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